De Broussais se halla separado por un abismo: el Dios de Cousin, este Dios uno y muchos, eternidad y tiempo, espacio y número, finito e infinito3 que mucho se parece al Dios del panteísmo, no lo satisface; el Dios terrible y vengador de Maistre le repugna y lo amedrenta.
Del mismo modo difiere en cuanto al hombre: el hombre todo conciencia, el hombre nacido imperfecto y perfeccionándose por las pruebas, le parece un dogma insuficiente y que no satisface. El hombre nacido culpable, expiando no solamente en el tiempo, sino aun durante la eternidad las faltas que no cometió, le parece un dogma horrible e indigno de la infinita bondad de Dios4.
Algunos sostienen que Lamennais no cambió de idea sino que apenas vio la misma idea bajo dos caras distintas: en la primera, el pasado como había sido, y en la segunda, el futuro como debía ser.
Entre tanto, es un hecho sin controversia que Lamennais profesó en el primer período de su vida literaria los principios de la autoridad absoluta, y después los de una libertad sin límites. Si no hubo cambio, hubo por lo menos contradicción de principios. Véase la definición de Dios en los fragmentos de Víctor Cousin.
Algunos cristianos progresistas admiten que todos los hombres pueden salvarse, cualquiera que sea su creencia. Renunciando al dogma terrible de la eternidad de las penas, ellos la sustituyeron por una especie de depuración gradual del alma en la otra vida.
Morimos, dicen ellos, cubiertos de máculas provenientes de las faltas cometidas en este mundo, y de acuerdo con el número y la enormidad de estas faltas, más o menos tiempo nos es necesario para expiarlas, para purificarnos de ellas, y así llegar a la eterna bienaventuranza.
He aquí, pues, el infierno, puede decirse, sustituido por el purgatorio entre los protestantes, de cuyas ideas primitivas una de las más arraigadas era la de la negación del purgatorio.
La filosofía de Ballanche parece, pues, un término medio entre la escuela racionalista y la escuela ortodoxa. En su opinión, el dogma de la perfectibilidad indefinida no basta para explicar el gran enigma de la humanidad, porque, pregunta él, ¿dónde hallaríamos la razón del desarrollo de la especie humana por las calamidades generales y por los sufrimientos individuales?
De donde concluye que una ley providencial gobierna el conjunto de los destinos humanos desde el principio hasta el fin, estableciendo esta ley sobre el dogma cristiano del pecado original. Todavía Ballanche no lo afirma pero, consultando no solamente los libros sagrados sino hasta las poesías primitivas y la historia de las tradiciones generales de la humanidad, encuentra consagrado en la unanimidad de su espíritu y de su letra, el dogma cristiano de la caída primitiva de la primera culpa y de la rehabilitación por las pruebas, que es el dogma del género humano, así como la clave de toda la filosofía porque, al mismo tiempo que el género humano expía y se rehabilita por las pruebas, cada expiación es para él un progreso, pues lo aproxima cada vez más a ese estado divino anterior a la culpa, de cuyo estado siempre quedó el recuerdo en el fondo de todas las tradiciones.
Hay, entonces, identidad entre el dogma de la perfectibilidad y el dogma de la caída de la primera culpa y de la rehabilitación del género humano o, por el contrario, uno contiene el otro. De este principio, Ballanche saca varias consecuencias, unas filosóficas, otras históricas, aunque no sea muy metafísico y menos psicológico.
Sus miradas siempre van dirigidas al hombre, porque el hombre es para él la humanidad toda entera, y la humanidad a su vez no es otra cosa sino el hombre colectivo. La expiación no es solamente para el hombre o para la familia, sino también para una nación entera, para todo el género humano: los pueblos marchan como los individuos desde la caída hasta la rehabilitación5.
Partiendo de estos principios, veamos cómo es posible reconstruir por la intuición un pasado enteramente perdido, y penetrar con la única luz de la razón a través de esas épocas nebulosas e inciertas para lanzarnos después en los misterios del futuro.
El hombre no nació culpable ni imperfecto; porque el primer hombre no nació, fue obra de Dios, y debía ser, como todas sus obras, perfecto.
El hombre por la primera culpa cayó y su caída lo redujo a la imperfección, pero no por eso la ley providencial de su destino fue derogada. El hombre desde el abismo de su caída alzó los ojos y las manos hacia Dios, y desde entonces trabaja para volver a la perfección, de la que fuera dotado en el acto de su creación.
He ahí el dogma de la primera culpa del pecado original , de cuyo estado siempre quedó el recuerdo en el fondo de todas las tradiciones.
La humanidad, dice Lamennais, no es lo que Dios quiso que ella fuese; estamos fuera de la verdadera senda, se necesita volver a ella6. Cuando Bardesano, Prisciliano y otros heresiarcas, para salvar el dogma de la suma bondad de Dios crearon la intervención activa e incesante del diablo en las cosas del mundo, cayeron en la herejía para huir de la blasfemia.
Es cosa notable que la herejía, negando sucesivamente la divinidad de Cristo, la pureza de la Virgen, los Sacramentos y hasta la moral del Evangelio, respetase al diablo, exaltando su grandeza, y hasta ensanchando con Lutero los límites de su imperio.
Para el hombre del Medioevo su vida de pruebas era eterna, sin límites, sin futuro, porque Satanás, encarnación viva de los siete pecados mortales que matan el alma, era como un segundo Dios en la creación, también eterno, o destinado a acabar con el mundo.
Lejos, pues, de procurar el hombre rehabilitarse según el dogma de la primera caída, él solo veía en esa lucha incesante y personal con el diablo, una fatalidad inexorable. Satanás, en este largo reinado. Hay pues una progresión ascendente desde la primera culpa hasta la rehabilitación.
Veamos cómo Ballanche explica esta ley del progreso. El género humano, dice él, debió al principio estar dividido en iniciables e iniciadores, y de ahí nacieron los dos elementos opuestos representados por el patriciado y la plebe. En el comienzo de todas las sociedades, los patricios, depositarios de las ideas sociales y religiosas, eran los que trasmitían las últimas palabras de una revelación primitiva.
El plebeyo no tenía existencia propia, vivía de la vida del patricio; pero como consecuencia de pruebas reiteradas, de sucesivas iniciaciones, la plebe llegó a la posesión de la conciencia, después a la vida civil, y en fin entró en la vida política.
De esas iniciaciones sucesivas nació la igualdad, y el patriciado desapareció porque su misión estaba acabada. La plebe, dice Ballanche, es el símbolo de la humanidad rehabilitándose por sí misma. Es la gran idea del hombre uno y sucesivo, solidario y libre, rehabilitándose por sí mismo por medio de los sufrimientos que Ballanche emprendió explicar o, mejor, cantar en una especie de epopeya cíclica que él tituló palingenesia social para expresar la idea fundamental de la regeneración del hombre por el hombre, o, como dice Lavergne, es la antigua doctrina de la metempsicosis despojada de su sentido vulgar, de su forma material, y aplicada, no al individuo sino a la especie, no al cuerpo sino al alma7.
de dieciocho siglos, infundió en los hombres más terror de lo que Dios les inspirara amor. Pero la humanidad no es el hombre de un siglo, o de una época; ella colma sus fines marchando progresivamente del estado de culpa al de rehabilitación.
Ballanche, op. En otra obra —Ensayo sobre las instituciones sociales— Ballanche trató de explicar los puntos donde comienzan y donde acaban el principio de la libertad y el principio de la autoridad.
Para él, la cuestión del origen del poder no es sino la del origen de la sociedad y el origen del lenguaje; para lo cual establece las siguientes proposiciones: ¿Es acaso la sociedad obra de Dios u obra del hombre?
He ahí, reducidas al estado de axiomas, las soluciones dadas por Ballanche a esas diversas cuestiones: La hipótesis, dice él, del contrato primitivo es una quimera. El hombre nació social, porque el hombre no es solamente un individuo, sino un ser colectivo, es un género.
La mayor parte de nuestros instintos han sido puestos fuera de nosotros, en la sociedad. Sin la sociedad seríamos incompletos, y el hombre, así como las plantas y los animales, debía ser completo desde su origen.
El estado de naturaleza es, pues, un absurdo, y el estado salvaje no es sino una degeneración. Siendo el hombre necesariamente un ente social, resulta que desde su origen debía haber sido dotado del sentido social, de la palabra, porque la palabra es necesaria para la sociedad.
Obsérvese bien que la simple facultad de hablar no habría bastado; desde el origen el hombre debía necesariamente hablar, pues desde su origen vivió necesariamente en sociedad. Hubo, por lo tanto, una palabra primitiva revelada al hombre, como medio indispensable, no solamente para manifestar, sino hasta para producir el pensamiento; esto es, que en su origen la palabra no era solamente el signo de la idea, sino la propia idea.
La palabra tradicional debió, pues, ser omnipotente en el origen de las sociedades; pero el pensamiento debía también irse separando de esta palabra tradicional que encadenaba la libertad, y llegó el momento en que el pensamiento, hasta entonces encerrado en la palabra tradicional, se presentó libre y espontáneo, creando un lenguaje nuevo, así como nuevas ideas sociales y religiosas.
En esas nuevas instituciones, en esas nuevas creencias, obra del hombre, la razón individual debía dominar a su vez, y poco a poco debía desaparecer la palabra tradicional.
De esa manera, lo que hasta entonces era inmutable como la fatalidad, se tornó libre y convencional; hubo por lo tanto contrato. Habiendo procedido así, llega finalmente Ballanche a reconocer tres edades en el espíritu humano: 1ª la edad de la palabra tradicional; 2ª la de la palabra escrita; 3ª la de las letras, esto es, de las leyes escritas, de las instituciones convencionales, aquella en que el pensamiento, salido de la palabra, aprende a su vez a contener la misma palabra.
Fue a esta transición que Ballanche denominó emancipación del pensamiento, para gran escándalo de Maistre. Vamos ahora a otra idea, constantemente reproducida por Ballanche y que lo identifica esencialmente con las doctrinas del movimiento y del progreso.
Esta idea fundamental, modificada un poco por Barchou de Penhoen, es expresada en los siguientes términos: El género humano todo entero es un ente colectivo, uno y solidario, que crece, aumenta y se desarrolla bajo la influencia de la ley providencial de la caída primitiva y de la rehabilitación, pasando de este modo por una serie de formas sociales.
Ninguna, sin embargo, lo retarda o retiene para siempre; por el contrario, todas esas formas sociales, hijas del progreso, son destinadas a acabar unas después de las otras por la marcha sucesiva de la civilización.
Al paso que cada una de ellas resume el pasado, contiene al mismo tiempo un porvenir que no. puede trancarse, así como no es dado a la frágil cáscara de la bellota retener en sí el roble para siempre. Las constituciones, por lo tanto, no son más que ciertas fórmulas para resolver el problema del progreso y del futuro8.
Convenimos con Ballanche en que una ley providencial regía el complejo de los destinos humanos desde el principio hasta el fin. Esta proposición absoluta puede dar lugar a la siguiente cuestión: ¿Vive el hombre bajo una ley fatal e inexorable que dirige todas sus acciones, todos sus pensamientos, todas sus palabras?
No, porque, si así fuera, desaparecería el libre albedrío9. La teología cristiana debía, naturalmente, discutir la cuestión de la libertad humana y de ella hacer un problema especial: enseñar que el hombre, caído en consecuencia del pecado original, no podía pasar sin el socorro de la Gracia Divina para rehabilitarse y obrar bien.
Desde entonces ¿qué vendría a ser de la libertad? Y si ella no desapareciera, ¿qué parte quedaría en las buenas obras? He ahí unas cuestiones a las que era imposible escapar. Todos saben con qué ardor fueron debatidas, a qué doctrinas dieron lugar, y cómo fue que la Iglesia sustentó al mismo tiempo en su ortodoxia el dogma de la gracia y el de la libertad.
Discriminada de esta manera, y colocada en el lugar de las cuestiones capitales por la teología, la cuestión de la libertad conservó naturalmente este lugar en la filosofía moderna.
No hay doctrina que no se haya ocupado de ella, y no la haya resuelto a su modo. El racionalismo, excluyendo lo sobrenatural, se desembarazó de la dificultad de conciliar la libertad con la gracia; pero ni por eso suprimió toda la dificultad: faltaba armonizarla, o con la naturaleza o con la acción de Dios en la humanidad.
Algunos no dudaron en sacrificarla a la necesidad física, otros a la necesidad divina; pero el fatalismo de ellos era consecuencia de ese espíritu de sistema, que desprecia la realidad y cierra los ojos a la evidencia de los hechos. Se necesitaba, pues, llamar para este punto a los espíritus, que de esa manera se extraviaron, y demostrar a todos que, por mayores que fuesen las dificultades que pudieran obstar la libertad humana, era ella un hecho cierto, imperturbable, garantizado por el más irrecusable de los testimonios: el de la propia conciencia.
Se necesitaba establecer de tal suerte esta verdad, y tornarla tan palpable, que ya no fuese posible objetarla, y que quedásemos sobre ese punto en el gran camino del sentido común, pero iluminándola con la luz de la reflexión.
Fue esto justamente lo que hicieron los últimos trabajos de filosofía, sobre todo los de la filosofía francesa. Y lo hicieron de una manera tan triunfante que no sé si hay hoy en algún sitio una cabeza pensante, pertenezca al sistema al que pertenezca, que no se incline ante el hecho de la libertad.
Dios nada creó sin un designio; Dios y el hombre, he ahí todo cuanto la filosofía comprende en sus amplias e inmensas relaciones. El hombre es dirigido a un fin, los medios están a su disposición, a su arbitrio.
Dios quiso que el hombre fuese feliz, he ahí su fin; todos los medios sin embargo le pertenecen como el atributo de la libertad. En la vida común, el hombre parece muchas veces como atado y preso a una fatalidad.
Su razón lo encamina hacia una parte, sus pasiones lo llevan hacia otra; a la conciencia pertenece la elección10; he ahí el libre albedrío. El humana. La propia filosofía alemana moderna, al renovar el Espinosismo, se vio obligada a reformarlo sobre este punto; tal vez menos consecuente, no se atrevió a elevarlo hasta el desprecio del sentido íntimo.
Por otro lado, ya no estamos en el tiempo de esos sistemas concebidos fuera de las más vulgares nociones de la experiencia y del sentido común; hoy lo que se pide ante todo a la filosofía es que ella respete la realidad y no la sacrifique a sus teorías.
Sin duda perderá en originalidad, pero ganará en verdad, en influencia y en consideración. La pasión y la razón disputan entre sí mi comportamiento: ¿se dará el caso que tenga yo el poder de resolver a mi antojo en uno u otro sentido?
Esta es una cuestión de hecho: la conciencia le dará respuesta. Invocando ese testimonio, la filosofía puede darle una solución que enfrenta todos los sistemas: fue suficiente para ella describir por la vía del análisis lo que está en la conciencia de cada uno.
La Providencia, que reguló todas las cosas con soberana sabiduría, puso en nosotros el placer y el dolor, para que nos conduzca a hacer lo que conviene a nuestra esencia, arrastrándonos hacia ciertos objetos, desviándonos de otros.
Interviene en la vida, no para asistir a ese espectáculo como espectador pasivo, sino para conducirla como maestro: así deja de ser máquina y adquiere un valor personal. He ahí lo que tienen que hacer en nosotros la razón y la libertad, y he ahí también la fuente de la dignidad humana.
hombre desde su caída aspira a rehabilitarse; la ley providencial marcó el fin de sus esfuerzos pero le dejó la elección de los medios, como el viajero que debe atravesar un desierto sin camino ni sendero; del otro lado está el fin de su jornada, cumple buscar la mejor vía con los recursos de su inteligencia.
Feliz de aquel que llega al término de su peregrinación. No obstante, allá llegará el género humano, porque tal es la ley providencial de su destino.
En la opinión de Ballanche, el dogma de la perfectibilidad indefinida no basta para explicar el gran enigma de la humanidad, porque, pregunta él, ¿dónde hallaríamos la razón del desarrollo de la especie humana, por las calamidades generales, y por los sufrimientos individuales?
En efecto, quien diga que el pueblo que más sufre es el que más aumenta, y que la abundancia se opone a la propagación; que el hambre, la peste y la guerra son medios infalibles para aumentar la población; que el pueblo más virtuoso procedió del más impuro origen, y que, por el contrario, se puede contar con la degeneración de la raza más moralizada y virtuosa, trasplantada a otro terreno; si decimos que los ictiófagos que solo viven de comer pescado son los más prolíficos, y que aquel que se nutre de carnes suculentas está seguro de tener poca descendencia; si dijeran todo eso, nadie les creería; pero ahí viene la historia, la estadística, la aritmética social, y finalmente la economía política a comprobar todo eso con sus mil y un hechos, y sobre todo con sus cifras.
Malthus, y todos los de su escuela, no podían concebir que la población pudiera crecer sin que, antes de ese crecimiento, hubiesen también crecido los medios de subsistencia y todo cuanto es necesario para vivir. Los hechos, sin embargo, desmienten la teoría.
Hubo una época en que nubes de bárbaros, cayendo de repente sobre los diferentes países de Europa, conquistaron, avasallaron y destruyeron los Estados existentes y fundaron otros de nuevo. No; fue de los miserables países del norte que vinieron. los hunos para acabar con el imperio romano; fue de las heladas playas del Báltico que salieron los godos, los alanos y los vándalos para apoderarse de España, conquistar Italia y extenderse hasta África.
Hay actualmente diferentes países de Europa donde la población crece de una manera tan pertinaz que, por más que la diezmen todos los días por medio de migraciones en gran escala, no solo no disminuye la masa de población sino que aumenta de un modo asombroso.
No, es Irlanda, donde la gran mayoría de la población vive apenas de papas y de alguna gota de leche; es Inglaterra y el país de Gales, donde todos los años mueren de hambre muchos centenares de individuos; es la estéril y miserable Suiza, y finalmente Saboya, cuyas calvas montañas vomitan todos los años ejércitos de gente hambrienta, que el viajero encuentra por todas partes donde se halle.
Aún más, ofrece la naturaleza dos hechos muy importantes para desmentir la doctrina de Malthus. Estos hechos son el resultado de las leyes providenciales, por las cuales se rige la naturaleza en todo cuanto es relativo a la reproducción de las especies.
Vea lo que ocurre en el reino vegetal: abone hasta el exceso las flores de su jardín, o los árboles frutales de su huerto, y verá que las flores se vuelven muy bonitas y dobles, y que los árboles se vuelven más frondosos; pero los árboles se deshacen en hojas, casi sin frutos, y las flores solo presentan la apariencia, porque las corolas, que tanto encantan por su riqueza, solo adquirieron esa inmensidad de pétalos, que nos sorprende, por la transformación de los estambres, que son los órganos de la reproducción.
Estos últimos desaparecerán para siempre, y la planta quedará estéril. Lo mismo se observa en el reino animal. Si usted desea tener buena cría, no dé pasto demasiado rico de jugos a sus vacas y sus yeguas.
Después de una epidemia los criadores lloran y se creen perdidos; de ahí en adelante las vacas, las que quedaron, son prolíficas, las ovejas y las cabras paren casi siempre gemelos; de manera que en poco tiempo el rebaño será más numeroso que antes de la epizootia; ¿y por qué este resultado?
Porque la especie estaba en peligro de extinguirse, y la naturaleza tenía necesidad de esfuerzos para conservarla Para corroborar todo lo que aquí digo sobre el problema del equilibrio de la población, véase un artículo de —Presse— por A.
En cuanto a la especie humana, será ya posible, en virtud de la ley providencial de su destino, dar explicación de un hecho muy curioso, que hasta ahora se ha observado con espanto, y es que todas las veces que una gran peste, una gran hambruna, o una gran guerra ha devastado cualquier país, su población aumenta espantosamente algunos años después de la calamidad.
Es por lo tanto enteramente falsa la teoría de aquellos que consideran el aumento de la población que actualmente se observa en diferentes países de Europa, como síntoma de gran prosperidad. Por lo tanto, Ballanche tuvo mucha razón en dudar del dogma de la perfectibilidad indefinida Entre tanto, ¿dónde hallaríamos la razón cido en el Diario de Pernambuco del 15 de enero de Casi los mismos pensamientos, las mismas ideas y la misma deducción de pruebas.
Aquí la ley general que rige la población es tan palpable que se muestra a primera vista. Más adelante probaremos cómo esta miseria tiende a desaparecer por la civilización, y sobre todo por la libertad del comercio, de la industria y del trabajo.
Cuando hablamos de la perfectibilidad indefinida no incluimos el sistema de la perfectibilidad de la especie humana, que los filósofos más esclarecidos, desde hace un siglo hasta el momento, han sostenido bajo todas las formas de gobierno.
Los escoceses, y particularmente Fergusson, lo desarrollaron en la monarquía libre de la Gran Bretaña. Kant lo sostuvo durante el régimen todavía feudal de Alemania.
Turgot lo profesó en el gobierno arbitrario del último reinado antes de la revolución francesa. Condorcet durante el Reinado del Terror. Talleyrand, en su informe sobre la instrucción pública del 10 de septiembre de , dijo que uno de los caracteres más notables del hombre es la perfectibilidad, no solo en el individuo sino mucho más en la especie.
Godwin, en su obra sobre la justicia política, también sustenta el mismo sistema, que fue perfectamente desarrollado por Madame de Staël en su importante obra sobre la Literatura. No es, pues, de este sistema que promete a los hombres en este mundo algunos de los beneficios de una vida inmortal, un futuro sin límites, una continuidad de goces sin interrupción, del que habló Ballanche, sino de la regeneración de la especie humana por medio de las pruebas, acompañando el dogma cristiano de.
del desarrollo de la especie humana por las calamidades generales y por los sufrimientos individuales? En la gran ley providencial, que rige los destinos humanos, digo yo. la caída primitiva. Él no niega la perfectibilidad humana, sino que no la entiende como indefinida, como los autores que citamos.
He ahí la diferencia. Y creó Dios el hombre a su imagen; él lo creó a la imagen de Dios, macho y hembra los creó. Dios los bendijo, y dijo: crezcan y multiplíquense y llenen la tierra, y sométanla, dominen sobre los peces del mar y las aves del Cielo, y sobre todos los animales que se mueven sobre la tierra Llenen la tierra, dijo Dios al hombre y a la mujer, bendiciéndolos; toda la tierra es, pues, la patria del hombre, he ahí la ley providencial.
Veamos cómo esa ley se ejecuta desde el principio hasta el fin. Suponiendo que el género humano partió de un solo hombre y de una sola mujer, colocados en un punto cualquiera de nuestro globo, para que toda su superficie sólida se halle hoy poblada, es necesario que la migración de miles de familias se haya cruzado en todos los sentidos, o que el mundo haya sido el teatro de una constante colonización desde que hubo la primera familia.
La colonización, por lo tanto, no emana de un estado de civilización muy adelantado, como le parece a mucha gente; remonta al origen de las sociedades: ella pobló el mundo. La tienda del Patriarca mandó lejos a sus hijos más jóvenes, fundadores de nuevas sociedades en las regiones lejanas.
A veces esos fugitivos que iban tan lejos del lugar de su nacimiento a buscar un asilo, tierra para desbrozar en clima benéfico, eran, como Caín, marcados con el estigma de la reprobación y víctimas de la aversión que habían inspirado en sus familias.
Renovaban así su existencia, comenzaban vida nueva, y expiaban, por las fatigas y desasosiegos Genésis, La Biblia, c. inherentes al primer esbozo de una colonia, los agravios que les podía lanzar a la cara la antigua sociedad de la que eran miembros.
Muchas veces el espíritu de aventuras, el tedio de una sujeción muy ciega a las voluntades de un jefe imperioso, la dificultad de arrancar de un suelo ya agotado productos suficientes para nutrir una población siempre creciente, en fin, la esperanza de un mejor porvenir en climas desconocidos, empujaron a masas enteras a expatriarse.
Fue así como el Asia fecunda refluyó sobre la Europa desierta. De las cumbres del Indo y del Cáucaso bajaron esos torrentes de hombres armados, quienes mucho tiempo antes de la época histórica, colonizaron Grecia y plantaron sus chozas en medio de las selvas germánicas.
De ambas extremidades del mundo se cruzaron esas extraordinarias y gigantescas migraciones; los barcos de los escandinavos singlaron hacia oriente, los juncos de los indios se dirigieron hacia el norte.
Los indochinos y los tártaros avanzaron a través de los desiertos, hacia la parte de la Turquía europea y asiática, y esos hombres pacientes, que van a consultar los recuerdos filosóficos para ilustrarse sobre el origen de los pueblos, descubrieron en todas las lenguas del mundo, pruebas incontestables de esa inmensa fusión, de esa mezcla universal.
Por lo tanto la patria del hombre no es el lugar donde nació, sino toda la tierra, que le fue dada por la palabra de Dios: el hombre es ciudadano del mundo. Dijimos al principio: ¿En qué consiste el socialismo? En la tendencia del género humano para tornarse o formar una sola e inmensa familia.
Para comprobar esta proposición, es necesario esbozar el estado actual del mundo civilizado según la ley providencial de su futuro destino. Algunos consideran viciosas ciertas instituciones políticas, porque no se hallan modeladas por un principio absoluto acerca de la bondad de los gobiernos.
No hay forma de gobierno absolutamente buena, porque si la hubiera, excluiría todas las otras formas; por lo tanto, yo solo encaro las instituciones por el lado de la influencia que puedan ejercer en las funciones económicas del país para las que fueron hechas.
Nuestro siglo es todo positivo; en el siglo pasado reinaron las ideas, porque era necesario destruir la sociedad que existía; en este siglo reina el deseo de bienestar, o sea, la tendencia manifiesta hacia el progreso moral y material, porque el problema está resuelto.
La sociedad hoy ya no es, como antiguamente, una ciudad, o una provincia, o una nación: es el género humano; el bienestar del género humano es el fin de las sociedades modernas. Bien se evidencia que el mundo es todo socialista en el verdadero sentido de la palabra; por lo tanto, solo considero viciosas aquellas instituciones sea cual fuera su forma que obstaculicen el progreso moral y material de la sociedad, o que no le permitan desarrollar todos sus recursos morales y materiales.
La justicia distributiva es, pues, uno de los principales elementos de este nuevo orden de cosas. Un cierto pueblo, como el de los Estados Unidos, por ejemplo, con todo el vigor y energía de la raza sajona, tiene en sí mismo todos los elementos del progreso social, porque en él obra el instinto de su natural engrandecimiento.
por el hábito y por la educación; el gobierno en este caso debe ser apenas conservador o regulador. Otro pueblo, como el nuestro, en la infancia, se puede decir, de la ilustración, sin usos del trabajo y de la industria, sin energía, sin vigor, no vive vida propia, y apenas vegeta por hábito según la rutina de sus progenitores los portugueses, uno de los pueblos más atrasados de Europa16; por lo tanto, el gobierno entre nosotros debe ser eminentemente creador y reformador.
Pero, ¿en qué dirección deben ir esas reformas? De ese punto trataremos en un artículo especial. Decididamente, las sociedades modernas están cansadas de esa lucha del espíritu, que fue el gran trabajo del siglo pasado: es que el problema está resuelto.
La espantosa revolución de parecía golpear todos los cimientos de la autoridad pública; dos años después estaba muerta en su cuna, y definitivamente muerta en toda Europa.
Los debates políticos terminaron y los últimos vestigios del movimiento de se apagaron en Alemania; todo volvió a la calma anterior, o volvió a estar aún más calmo que antes. Está, por lo tanto, abandonada en Europa la cuestión de las formas de gobierno: una república o una monarquía, no importa; una Constitución, un Estado, un Senatus-Consultus, es todo la misma cosa, con tal de que no se oponga al progreso moral y material de la sociedad.
La cuestión es todavía más fácil de resolver por el lado de las conveniencias: unir los pueblos por ferrocarriles, barcos de vapor, telégrafos, globos aerostáticos, si fuera eso posible.
He ahí todo: multiplicar los intereses por todas partes, volver al hombre ciudadano del mundo, proveer sus más urgentes necesidades. He ahí el fin al que se dirigen las sociedades modernas: estrechar las distancias, hacer del género humano una sola familia He ahí el Informe de la comisión nombrada para dar su dictamen sobre el proyecto de un ferrocarril en Portugal, con fecha 20 de octubre de , con firma de Barón de la Luz, J.
de Almeida Garrett, Joaquim Larcher, Antonio de Paiva Pereira da Silva y Joaquim Thomaz Lobo de Ávila, Diario de Pernambuco Recife, Brasil 3 de febrero de Es la más brillante de todas las pruebas en favor de la idea que emitimos.
La exposición de Londres fue un esfuerzo gigantesco de la civilización actual; he ahí resuelto el problema del encuentro de la gran familia humana, o sea, todas las nacionalidades. desideratum del socialismo, que no es, como dijimos, una ciencia, ni una doctrina, ni una religión, ni una secta, ni un sistema, ni un principio, ni una idea, porque es más que todo esto: es un designio de la Providencia.
Reunamos, pues, algunos de esos grandes fenómenos sociales de los tiempos modernos, que revelan clara y concluyentemente la existencia de ese designio. Efectivamente, los ingleses marchan hacia China, los estadounidenses hacia Japón, los chinos hacia California y Australia.
No es por el comercio del opio, ni por la propaganda religiosa, ni por conquistar un asilo en las inhóspitas costas del archipiélago índico, ni por el oro de América u Oceanía; sino tan solo observen bien porque el género humano marcha hacia un centro común, busca en su peregrinación lo que los ingleses llaman su confort, procura estrecharse, unirse, ligarse y trabajar de acuerdo con los grandes fines de la sociedad del Viejo y del Nuevo Mundo bajo un sólo techo.
En ese fabuloso palacio de cristal todos los pueblos representaban una sola familia, la industria una sola nacionalidad, el trabajo una sola bandera, el interés una sola lengua, y la emulación, la gran virtud cardinal, única capaz de hacer al hombre superior a sí mismo, representaba la religión de ese congreso universal.
Dios y el Hombre, pero un hombre hecho a la imagen de Dios, cayendo y rehabilitándose por las pruebas. El hombre, pues, ha de volver a la perfección con que salió de las manos de Dios, porque la ley providencial de su destino es irrevocable.
Mucho me place estar en perfecto acuerdo con los hombres que piensan, y por esto citamos aquí un trecho de la respuesta del señor P. de Angelis al teniente Maury, de la Marina de los Estados Unidos, sobre la libre navegación del Amazonas, en que nuestra idea, escrita hace tres años, es hoy perfectamente desarrollada por un hombre de incontestable mérito.
Es la felicidad, cuyos elementos fueron por Dios depositados en su seno, imponiéndole el deber de desarrollarlos. El hombre busca su bienestar, en principio impulsado por un instinto ciego, juzgó que los otros hombres eran un obstáculo a su propia felicidad: los miró como sus enemigos, y su aislamiento le pesó, entonces buscó la sociedad de los hombres y halló goces desconocidos en el intercambio recíproco de servicios.
Una vaga intuición les decía que ellas tenían derecho a una parte de los productos de los otros climas; y no comprendiendo que la satisfacción de ese deseo legítimo estaba sujeta a un deber de reciprocidad, marcharon para conquistar esos bienes que les faltaban.
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The particles are initially at rest and placed mirror-symmetrically with respect to a vertical plane that divides the spherical cavity into two halves. From the equations of mechanics it follows that this initial mirror symmetry also holds for all future states, despite the many collisions that may have happened.
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Although the set-up of the architecture is largely language-independent, we present terminology extraction results for four different languages and three language pairs. Gold standard data sets were created for French-Italian, French-English and French-Dutch, which allowed us not only to evaluate precision, which is common practice, but also recall.
We compared the TExSIS approach, which takes a multilingual perspective from the start, with the more commonly used approach of first identifying term candidates monolingually and then aligning the source and target terms.
23 % al 26 % para ganancias por rentas del capital de más de euros. Así, cerraron SICAV o el 6 % durante , con salidas de El objetivo de esta tesis es analizar la construcción de un campo escultórico moderno en la ciudad de Buenos Aires entre y ese dinero no entra en las casas nacionales sino en virtud de letras giradas á favor de los comerciantes que entregan en Lima moneda peruana, ó mejor dicho