Triunfos Inesperados Cotidianos

Una tarde triunfalista en una colonia restaurantera de la Ciudad de México. Los restaurantes están que no cabe ni un alma ni un símil, y en una calle cercana a la zona donde los restaurantes se multiplican como si fueran panes y peces, se oyen voces fuertes, una mujer pide auxilio, la gente corre, algunos regresan precipitadamente a sus mesas y se vuelven a ir con sus amigos, los meseros quieren controlar el éxodo y acuden a toda su disciplina corporal para mantenerse en sus sitios, desesperados.

En el balcón del tercer piso del edificio, un hombre de unos 40 años anuncia su decisión: va a renunciar a la existencia, y antes de hacerlo explica el motivo: lo corren del edificio, no tiene adónde ir, la expulsión es una canallada.

Además, con su acto se propone hacer una contribución mundial, lo va a dedicar, alega, “como si fuera una obra de arte, que es lo que va a ser. Durante siglos, la humanidad ha desaprovechado la oportunidad extraordinaria de convertir los suicidios en obras únicas, y al quitarle el sentido estético a estos finales por voluntad propia, se les condena a ser meramente circunstanciales, mi suicidio será el primero que se dedique como una pieza de colección.

Desde abajo, la multitud se enardece. ¡Ya bájate, pendejo! ¡No nos quites el tiempo! ” El casi agonizante se ofende: “Váyanse al carajo. Yo no les pedí que vinieran. Lárguense a ver cómo se asfixia su madre con el gas”. Más gritos. Insiste: “Imagínense, si los suicidios pudiesen llevar dedicatoria, los que se van de este mundo tendrían que esforzarse y ser más imaginativos.

Nada de pastillas ni un balazo en el corazón. —Es que el casero ya le pidió el departamento porque hace un año que no paga, y hoy llegó con un actuario, la policía y unos cargadores.

Le querían sacar los muebles a la calle. Los vio llegar, y se encerró y luego salió con su numerito. Lleva ya como media hora en el balcón. Se presentan los bomberos.

Hay reporteros, una legión de fotógrafos, camarógrafos de Televisa y Televisión Azteca. Desde un balcón cercano lo entrevista un reportero de radio:.

—Porque me da la gana, que es un derecho ciudadano, carajo, y porque alguien debe enfrentarse a estos parásitos capitalistas y echarles en cara la explotación a que nos sujetan. Estas rentas son un robo.

Y el rumbo no es nada seguro. —Está bien, señor, ¿pero por qué mejor no organiza un movimiento contra la especulación urbana? —Porque no nací para líder y me conformo con ser mártir Guarda silencio un momento y grita : Pueblo de México, le pensaba dedicar mi suicidio al casero para mancharle de sangre su Navidad, pero mejor te lo dedico a ti, que dejas que te exploten los buitres y los escorpiones.

Responde con dolor a mi dedicatoria. —Si es sagrada a mí me vale madre. Es mi único patrimonio y lo voy a usar creativamente, como una obra de arte, repito. Entra un momento y pone un disco de María Callas. La riña por la dedicatoria prosigue, algunos se fastidian y se van.

Los camarógrafos se divierten. Nadie toma en serio el suicidio. De pronto un gran silencio. El hombre parece decidido. La burla se transforma en espanto Cinco minutos más tarde, se abre la puerta del edificio y el suicida fallido aparece custodiado por la policía.

Esa noche no se contempla su imagen en los noticieros no es noticia , al día siguiente ni una nota en los periódicos, ya basta de localismos. —No mi señor, con todo respeto le quiero decir que soy hombre honesto con tres hijos, ya dos de ellos con posgrado.

En este oficio llevo diez años, y me da pena reconocer que a últimas fechas se ha desprestigiado un poco, por estos compañeros que no se fijan en el buen nombre de México en el extranjero, y por eso cometen fechorías. Por decir algo le dicen al japonesito al que le dan servicio “¿Sabes qué?

Cáete con lo que traigas. Pero ahorita”, y el japonesito no entiende español y les reclama, y allí queda un japonesito menos, y que sufra el buen nombre de México. Le cuento mi idea. Estos señores del gobierno no saben castigar a los culpables, los dejan ir y ya se sabe que un culpable no vuelve nunca dos veces al lugar donde lo detuvieron.

Pero no era eso de lo que quería hablarle. Vea usted el caso de unos tipos que asaltan un microbús, por decir algo. ¿A cuántos pasajeros les quitan sus relojes, sus anillos de matrimonio, sus carteras, sus chamarras? Y si alguno resiste, pues el típico balazo o el navajazo.

Y los arrestan, y salen las comisiones de derechos humanos a defenderlos. No se vale. Mi plan es sencillo.

Detienen a los asaltantes. Si han sido veinte los pasajeros del microbús, que les toque a un año de cárcel por cada uno. Esto lo propongo porque ahora lo usual es que desvalijen a multitudes, el robo a una sola persona como que está pasando de moda.

Okey, pues pongan ustedes que le tocan a los ladrones veinte años de cárcel. La sociedad les perdona la mitad, sus buenos diez años, con una condición: que donen un órgano, el que sea, una córnea, un riñón, el hígado, que le hacen falta a tantas personas que son honradas, que se esfuerzan, que trabajan, que luego vienen éstos a quitarles todo.

Así me gustaría: entregan un órgano y se les rebaja la mitad de la condena. Les sale barato. Algunos merecen que se les quiten dos o tres órganos de golpe, como ese Mochaorejas y su grupo que secuestraban y mutilaban a los pobres secuestrados.

¡Pinches malvados! Pero fíjese, a varios pasajeros cuando les digo que el Mochaorejas debería pagar con varios órganos, me contestaban alarmados: “¿Quién va a querer ponerse una córnea o un riñón de ese criminal?

A lo mejor el transplante convierte al enfermo en un hampón”. No sé, habría que estudiar esos casos con cuidado, pero a la mayoría sí: “Hiciste eso, ahora pagas con un órgano”. ¿Qué le parece? Siempre se ha dicho, o si no se ha dicho siempre, es tiempo de darle intemporalidad a la afirmación, que los peseros son el espejo más cierto de la vida.

Allí la gente integra sus silencios, su buen y mal humor, sus cuitas, sus sistemas informativos… En los peseros, sobre todo los de trayectos largos, la comunidad instantánea se expresa tan libremente como puede, al cabo que el anonimato resguarda, al cabo que no hay grabadoras, al cabo que quién se fija en las palabras.

Los peseros son el ágora en movimiento, la plaza pública disminuida o acelerada por los semáforos. Eso creía yo hasta la semana pasada. Emprendí, por razones tan inconfesables como el miedo a los taxis, un viaje en pesero hacia Iztapalapa, casi tan poblado de sobresaltos como los viajes de orden suprema del siglo XIX.

Éramos al principio ocho seres indiferentes a todo, estoicos, pétreos. Pero como cada embotellamiento es el alfa y el omega de la especie, la frialdad se fue quebrantando. Y una señora abrió el fuego comunicacional:. —No me gusta ir amontonada, pero desde niña he vivido así.

Éramos once hermanos en tres cuartitos, más los papás y una tía, y teníamos un chiste predilecto: “Hoy nos toca dormir de pie como en camión. ” Creo que desde entonces no sé dormir sola. Por eso no me he casado.

Me sentí un tanto incómodo: ¿A qué venía esa confiancita? Pero se me había olvidado la Ley del Transporte Colectivo: las revelaciones nunca vienen solas. Habló acto seguido un señor con aspecto de persona docilizada por el maltrato verbal de sus jefes.

—Eso de la familia numerosa es terrible. Se queda uno con la costumbre de sentirse siempre vigilado por alguien. El día de mi noche de bodas nos sentimos tan solos mi mujer y yo ella tiene doce hermanos que invitamos a unos amigos a que se estuvieran con nosotros hasta el amanecer.

¡Dioses de la intimidad! ¿Qué pasó con la discreción del mexicano? Ya nadie detenía el río de las confesiones:. —Tiene usted razón. Las familias nunca nos dejan. Mi hermano es de esos strippers que se desnudan para las señoras, y mi papá necio que tenía que verlo, porque no creía que lo hiciera bien.

Y por más que le explicábamos que era sólo para mujeres, él furioso porque no iba. No paró hasta que mi hermano nos hizo un show en un cumpleaños de mi mamá.

Mis hermanas y mis tías tuvieron que ponerle billetes en la tanga para que mi jefe viera cómo se podía ganar la vida. El joven con aspecto de repartidor de pizza look que consigue el aire de andar de prisa estando sentado se explayó de pronto:. —¡Qué chistoso!

Ahora que sacan ustedes lo de la familia, tengo dos tías fantásticas. Una tiene los senos más grandes del mundo, y la otra pesa una tonelada, pero realmente.

Y siempre que hay reunión en mi casa, se agreden feo, y me doy cuenta que en el fondo están contentas, porque se sienten a punto de entrar al Libro de Récords Guinness. No alcanzo a captar el motivo de tanta sinceridad. La señora del vestido verde, hasta ahora callada, se precipita a hablar al advertir el hueco de un silencio.

—Yo tengo un problema, a ver qué les parece. Mi marido el otro día no llegó a dormir. No es la primera vez que lo hace, pero no sé porqué, ahora sí me preocupó, y fui a buscarlo a su trabajo. Allí estaba, hecho una facha, medio borracho todavía.

Le pregunté dónde había estado, y me salió con evasivas. Además, la camisa le olía a perfume barato. Estoy segura de que anda con otra. ¿Qué les parece? ¿Lo dejo, me hago guaje, le pongo pleito, le pago con la misma moneda? El pesero es una fiesta, todos hablan, aconsejan, se manifiestan expresivamente.

La luz del entendimiento cae sobre mí. ¡Por supuesto! En el pesero tan sólo se escenifica un talk show de Cristina Saralegui.

Ni modo, las tradiciones se agotan y se renuevan. Lo básico ahora, en donde sea, a cualquier hora, es revelar la intimidad, ver en los demás a un confesor colectivo.

¿Cómo no comprender que la meta principal, salir en televisión, ya no es forzosamente asunto de controles remotos o grabaciones en el estudio, y que se pueden vivir las situaciones televisivas sin necesidad de cámaras y micrófonos?

La televisión no es parte de la vida, la frase es incorrecta y desorientadora. Más bien, la vida es parte de la televisión, y quien no divulga sus secretos acaba por no tenerlos.

El sueño utópico de la agonía del milenio: una sola persona en el Metro, entre semana y en horas pico. ¿Alguien concibe un sueño más arriesgado, menos susceptible de cumplimiento? Me propongo meditar en lo anterior, mientras me dejo prensar en esa cadena infinita del ser que es un vagón que no consiente siquiera un milímetro de distancia entre un cuerpo y otro.

Y a mi reflexión, un tanto apretujada, la contradice el aviso: “Amigas, amigos, por razones difíciles de explicar, aquí mismo empieza el Primer Concurso de Bolero en el Metro, sin fines lucrativos, ni siquiera “lo que sea su voluntad”, nada más se les solicita su aplauso, o, si no pueden usar las manos, su entusiasmo vocal.

Intento seguir los acontecimientos, y percibo a un joven con guitarra sentado que acompaña a una chava de pie que entona con deleite “Cenizas”.

El estilo no es original, pero es formidable que la voz se escuche por sobre el rumor de las conversaciones y el ruido de las fisiologías apeñuscadas. Aplaudimos o gritamos con espontaneidad, y el siguiente concursante interpreta bajo la clara influencia de Daniel Santos, “Preciosa”.

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MARA PATRICIA CASTAÑEDA Coordinadora de Televisa Espectáculos, periodista y conductora www. com Fue una tremenda impresión el enterarme que Amparo Serrano había trascendido; sin embargo, las lágrimas se fueron convirtiendo en sonrisas al.

Irina abrió la puerta del departamento y se aguantó las ganas de llorar. Era pequeño y deprimente, pero fue lo único que consiguió con el dinero que le quedó después de pagar a los acreedores de su padre.

Dio un suspiro y pensó que ya encontraría la. Salvador dio vuelta por una calle y siguió avanzando, tra-tando de encontrar la direc-ción que tenía anotada en el papel. Era un sitio peligroso, lleno de bares de mala muer-te. Su historia está llena de parches. Nadie sabe del todo en qué año nació o de quién recibió aquella herencia Freddie.

Lo que sí saben todos es que es ella quien siempre ha fichado a los mejores actores de Londres. Y así seguirá siendo si el siglo XX s.

Marisol subió las escaleras y dudó si debía entrar al edificio de Lunas Ahumadas, impresionante enmediodel emporio comercial de San Isidro, endondegentecomo ella sólo iba de paseo para mirar aparadores y soñar con los vestidos que lucían elegantes lo.

M aría entró a la oficina de su padre sin llamar a la puerta, apenas podía controlarse. Todos en el despacho tenían que seguir al pie de la letra sus reglas, donde no había lugar para la informalidad, el tuteo ni los errores. Se trabajaba en medio de.

PARÍS, FRANCIA. Los personajes: —Totò sic o Toño el asaltante, un gatillero que nunca ha matado a nadie de todos modos, su tari.

PRIMERA PARTE MADRID, ESPAÑA Nunca ha sido de mi agrado enviar un embajador a España, como tampoco lo es ahora y, a no ser que Franco cambie su forma de tratar a los ciudadanos que no lo siguen con fervor, me veré dolorosamente tentado a romper.

Silvia llegó a la explanada de la Costa Verde muy arrepentida de haber cedido a la presión de Milagros, pero cómo decirle que no después de la avalancha de mensajes que le hacía llegar cada 10 minutos. Así que habló con su madre para que estuviera pe. SANTA MARÍA, la hacienda de la familia Ibarra, estaba a unas horas de trayecto desde el centro de la ciudad: para llegar había que cruzar los barrios periféricos que se entrelazaban con una zona industrial poblada de fábricas y refinerías.

Luego, el. Mira esas tristes, que aguja y lanzadera y huso dejaron por meterse de adivinas, y causar maleficios con yerbas y figuras Dante, Inferno, canto XX Las ráfagas de viento soplaban espaciadas pero puntuales doblando los débiles troncos de los pinos i.

Review must be at least 10 words. Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida por cualquier medio incluido electrónico, mecánico u otro, como ser fotocopia, grabación o cualquier sistema de almacenamiento o reproducción de información sin el permiso escrito del autor, a excepción de porciones breves citadas con fines de revisión.

La casa se pinta como un bellísimo arco amarillo recortada en el verde de la campiña inglesa del siglo XIX. Alguien encincha un bellísimo caballo de pelaje rojizo y brillante. Es Ana, quien se alista para salir al trote campo afuera de la mansión.

El paisaje es bellísimo, el sol cae con esplendor sobre las frondosas arboledas que acompañan a la joven en su carrera. Todo va de maravillas, pero al llegar a un angosto riacho, el caballo alza sus patas delanteras, lo que hace que Ana caiga hacia atrás sobre la hierba, rodando sobre sí misma hasta que su sombrero se desliza por encima de sus hombros, dejando ver su cabello, que como hilos de cobre brillan bajo el sol contrastando con los verdes de la campiña.

Un hombre de cincuenta años, de nariz aguileña y pelo castaño se acerca a la mesa. Su tez es mate y su personalidad es conocida por ser muy amable y paternalista.

Lady Sarah es una mujer delgada que aún conserva la frescura de su juventud. De carácter armonioso, cabellos rojizos, tez blanca y figura esbelta. Su rostro se caracteriza por llevar siempre una sonrisa.

La criada entra en el comedor donde se encuentra la pareja, portando una delicada vajilla de té que descansa sobre una bandeja de plata. Suena una campana. También en la cocina, donde se encuentra toda la servidumbre, es la hora del desayuno.

Luego se vuelve, mira al joven que acababa de llegar y le dice en voz baja:. En esos momentos, Lord Hamilton estaba de pie al lado del fuego del hogar en la sala de estar, observando cómo Amelia hacía bailar la aguja, enhebrada de hilo color rojo.

Manejaba el bordado como una experta. Lady Amelia es la hija del matrimonio, y su edad es de dieciséis años. Se caracteriza por ser una joven a quien le apasiona la poesía y la filosofía antes que los paseos y los juegos al aire libre.

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Bueno, un beso y aguántense la tocada porque nosotros bien que nos aguantamos su pinche aspecto. —Compañeros, la burguesía allí está tan campante y nosotros tan de a tiro, sin movilizar las fuerzas históricas que saquen a estos miserables del poder y le den entrada al campesinado, al proletariado, a las clases medias progresistas y a la vanguardia de las luchas populares.

¿En qué andamos, compas? En la marcha no oí un solo grito de apoyo al heroico pueblo de Vietnam, ni un saludo a las movilizaciones antiimperialistas en Angola.

Ya sé que eso fue hace mucho, pero el tiempo histórico allí sigue. ¿Qué pasa? ¿Ya nos comieron la lengua las ratas del imperialismo?

El pueblo tiene hambre y sed de justicia y nos toca responder a nosotros, los luchadores de siempre y desde antes. ¿O vamos a dejar que nos vean la cara y el trasero? Ni madres, compas. La lucha del pueblo está más presente que nunca, está en todas partes y viva la vanguardia, y ahí te vamos burguesía Y llégale , y llégale , y llégale , y llégale , y llégale , y llégale Sigue cinco minutos con las mismas dos palabras y el orador emocionado y ronco.

Se detiene un breve instante y continúa Y llégale , y llégale , y llégale , y llégale Lleva diez minutos en el rosario agitativo, y alguien del comité organizador le sugiere que concluya, el orador no hace caso y persiste en el Y llégale hasta que le arrebatan el micrófono.

Furioso, desciende y se pierde entre los restos de la marcha, mientras se escucha a cada segundo más apagadamente: Y llégale , y llégale Hay performances muy limitados en su alcance, no obstante el gran éxito inicial.

Por ejemplo: el aviso del surgimiento de imágenes de la Virgen de Guadalupe. El esquema suele ser reiterativo: alguien, por lo común una señora devota, localiza la presencia inesperada de la imagen bendita, se lo cuenta a los vecinos, le habla a la televisora local o a las grandotas, le avisa al cura más cercano del bienaventurado caso, acuden los reporteros y las cámaras, los vecinos toman partido decididamente, las autoridades religiosas piden tiempo para emitir un veredicto nunca se produce , y con gran unción algún sacerdote oficia allí mismo la misa de agradecimiento.

También un incrédulo publica un artículo sobre alucinaciones colectivas, y se refiere sarcásticamente a los creyentes afectados por la mercadotecnia, que definen el cielo como “la oferta de temporada eterna para los fieles”. No, yo no fui el primero que la vio, por eso fui el primero que dio aviso, aunque el que la contempló antes que nadie a ella, la Morenita del Tepeyac, fue Ernesto, el vago que nunca falta aquí por la plaza.

Yo me distraje observando una carroza fúnebre por la Avenida Hidalgo, donde eso casi nunca sucede, la lentitud desespera el tránsito, pero Ernesto, que ese día no tenía qué hacer, pues cuándo, se iba a meter al Metro Hidalgo y que se fija en el piso porque es muy distraído, es de los de “yo pa’rriba no sé mirar”, y allí estaba la losa con la imagen de la Morena, resplandeciente aunque un tanto difícil de mirar, era ella sin duda.

En eso que llega Toñita, la que vende flores, y que suelta un grito y se pone a llorar, y nadie la calmaba, y lágrimas y lágrimas, y hubo quienes lloraban por solidaridad, y ella gritaba “¡Milagro, milagro!

”, y luego añadía: “Devuélveme a Pedro, Patroncita! ” y llegaba gente y se maravillaba ante la imagen, y empezaron a caer los reporteros, y la televisión y los camarógrafos, y las preguntas igualitas, que cómo ocurrió esto, y a poco es de veras la Virgen, no se parece a la de las fotos, ¿cuáles fotos?

”, y nadie supo responder, pero daba igual porque a todos nomás les importaba la Virgen, y que se presenta un cura a dar fe, más bien a echar una ojeada, y la gente no hizo caso de sus preguntas, y lo obligó a decir misa y en los alrededores del Metro Hidalgo no se podía dar un paso, y la gente rezaba y una señora gritó: “Es un mensaje del cielo”, porque en el Metro se pecaba, y las parejas no se esperaban a la recámara y otra señora le gritó que no dijera tonterías, que la Virgen no usaba sus apariciones como regaños, y otra señora que usa el Metro ya muy noche comentó: “Siquiera usaran condón”.

Y la regañadora replicó: “Pues tampoco la Virgen apadrina el vicio”, y Toñita, su opositora le contestó: “Dirá amadrina”, y Toñita dále que dále con la devolución de su Pedro, y los paseantes rezaban y el cura aconsejaba prudencia, y llegó otro sacerdote que recomendó más plegarias aunque distintas para no aburrir al Todopoderoso, y una persona que lo acompañaba vendía los rezos, y tuvieron que cerrar esa entrada al Metro, y Toñita despachaba flores como loca, y ya nunca supe si volvió Pedro, porque me dio flojera preguntar, y además me puse a ayudarla con la venta, y a ella también se le olvidó.

Se arman miniperegrinaciones, la gente se forma en el pasillo con paciencia admirable, nadie que pase por allí se atreve a comentar en voz alta lo pasado de moda de los milagros, ni su incapacidad de competir con los efectos especiales.

La noticia se eleva en los altares mediáticos, vienen de la provincia y de la nueva provincia las delegaciones de la Ciudad de México , a certificar el suceso, hay rezos, hay problemas de vialidad en el Metro Hidalgo Luego, el fervor amengua y a los dos meses una vecina en un centro habitacional descubre junto a su refrigerador, no una mancha de humedad, sino la mismísima imagen de la Morenita del Tepeyac, llama a los vecinos y a la televisión, se dinamiza el centro habitacional Y luego desciende el olvido, la imagen de la loza de cemento en el Metro es colocado respetuosamente en un nicho del pasillo, de la virgen del refrigerador no se vuelve a hablar y de pronto, en un pueblo de Hidalgo un vecino descubre en un árbol una imagen Una tarde triunfalista en una colonia restaurantera de la Ciudad de México.

Los restaurantes están que no cabe ni un alma ni un símil, y en una calle cercana a la zona donde los restaurantes se multiplican como si fueran panes y peces, se oyen voces fuertes, una mujer pide auxilio, la gente corre, algunos regresan precipitadamente a sus mesas y se vuelven a ir con sus amigos, los meseros quieren controlar el éxodo y acuden a toda su disciplina corporal para mantenerse en sus sitios, desesperados.

En el balcón del tercer piso del edificio, un hombre de unos 40 años anuncia su decisión: va a renunciar a la existencia, y antes de hacerlo explica el motivo: lo corren del edificio, no tiene adónde ir, la expulsión es una canallada. Además, con su acto se propone hacer una contribución mundial, lo va a dedicar, alega, “como si fuera una obra de arte, que es lo que va a ser.

Durante siglos, la humanidad ha desaprovechado la oportunidad extraordinaria de convertir los suicidios en obras únicas, y al quitarle el sentido estético a estos finales por voluntad propia, se les condena a ser meramente circunstanciales, mi suicidio será el primero que se dedique como una pieza de colección.

Desde abajo, la multitud se enardece. ¡Ya bájate, pendejo! ¡No nos quites el tiempo! ” El casi agonizante se ofende: “Váyanse al carajo.

Yo no les pedí que vinieran. Lárguense a ver cómo se asfixia su madre con el gas”. Más gritos. Insiste: “Imagínense, si los suicidios pudiesen llevar dedicatoria, los que se van de este mundo tendrían que esforzarse y ser más imaginativos.

Nada de pastillas ni un balazo en el corazón. —Es que el casero ya le pidió el departamento porque hace un año que no paga, y hoy llegó con un actuario, la policía y unos cargadores.

Le querían sacar los muebles a la calle. Los vio llegar, y se encerró y luego salió con su numerito. Lleva ya como media hora en el balcón.

Se presentan los bomberos. Hay reporteros, una legión de fotógrafos, camarógrafos de Televisa y Televisión Azteca. Desde un balcón cercano lo entrevista un reportero de radio:. —Porque me da la gana, que es un derecho ciudadano, carajo, y porque alguien debe enfrentarse a estos parásitos capitalistas y echarles en cara la explotación a que nos sujetan.

Estas rentas son un robo. Y el rumbo no es nada seguro. —Está bien, señor, ¿pero por qué mejor no organiza un movimiento contra la especulación urbana?

—Porque no nací para líder y me conformo con ser mártir Guarda silencio un momento y grita : Pueblo de México, le pensaba dedicar mi suicidio al casero para mancharle de sangre su Navidad, pero mejor te lo dedico a ti, que dejas que te exploten los buitres y los escorpiones.

Responde con dolor a mi dedicatoria. —Si es sagrada a mí me vale madre. Es mi único patrimonio y lo voy a usar creativamente, como una obra de arte, repito. Entra un momento y pone un disco de María Callas. La riña por la dedicatoria prosigue, algunos se fastidian y se van.

Los camarógrafos se divierten. Nadie toma en serio el suicidio. De pronto un gran silencio. El hombre parece decidido. La burla se transforma en espanto Cinco minutos más tarde, se abre la puerta del edificio y el suicida fallido aparece custodiado por la policía.

Esa noche no se contempla su imagen en los noticieros no es noticia , al día siguiente ni una nota en los periódicos, ya basta de localismos. —No mi señor, con todo respeto le quiero decir que soy hombre honesto con tres hijos, ya dos de ellos con posgrado.

En este oficio llevo diez años, y me da pena reconocer que a últimas fechas se ha desprestigiado un poco, por estos compañeros que no se fijan en el buen nombre de México en el extranjero, y por eso cometen fechorías.

Por decir algo le dicen al japonesito al que le dan servicio “¿Sabes qué? Cáete con lo que traigas. Pero ahorita”, y el japonesito no entiende español y les reclama, y allí queda un japonesito menos, y que sufra el buen nombre de México.

Le cuento mi idea. Estos señores del gobierno no saben castigar a los culpables, los dejan ir y ya se sabe que un culpable no vuelve nunca dos veces al lugar donde lo detuvieron. Pero no era eso de lo que quería hablarle. Vea usted el caso de unos tipos que asaltan un microbús, por decir algo.

¿A cuántos pasajeros les quitan sus relojes, sus anillos de matrimonio, sus carteras, sus chamarras? Y si alguno resiste, pues el típico balazo o el navajazo. Y los arrestan, y salen las comisiones de derechos humanos a defenderlos. No se vale.

Mi plan es sencillo. Detienen a los asaltantes. Si han sido veinte los pasajeros del microbús, que les toque a un año de cárcel por cada uno. Esto lo propongo porque ahora lo usual es que desvalijen a multitudes, el robo a una sola persona como que está pasando de moda.

Okey, pues pongan ustedes que le tocan a los ladrones veinte años de cárcel. La sociedad les perdona la mitad, sus buenos diez años, con una condición: que donen un órgano, el que sea, una córnea, un riñón, el hígado, que le hacen falta a tantas personas que son honradas, que se esfuerzan, que trabajan, que luego vienen éstos a quitarles todo.

Así me gustaría: entregan un órgano y se les rebaja la mitad de la condena. Les sale barato. Algunos merecen que se les quiten dos o tres órganos de golpe, como ese Mochaorejas y su grupo que secuestraban y mutilaban a los pobres secuestrados. ¡Pinches malvados! Pero fíjese, a varios pasajeros cuando les digo que el Mochaorejas debería pagar con varios órganos, me contestaban alarmados: “¿Quién va a querer ponerse una córnea o un riñón de ese criminal?

A lo mejor el transplante convierte al enfermo en un hampón”. No sé, habría que estudiar esos casos con cuidado, pero a la mayoría sí: “Hiciste eso, ahora pagas con un órgano”. ¿Qué le parece? Siempre se ha dicho, o si no se ha dicho siempre, es tiempo de darle intemporalidad a la afirmación, que los peseros son el espejo más cierto de la vida.

Allí la gente integra sus silencios, su buen y mal humor, sus cuitas, sus sistemas informativos… En los peseros, sobre todo los de trayectos largos, la comunidad instantánea se expresa tan libremente como puede, al cabo que el anonimato resguarda, al cabo que no hay grabadoras, al cabo que quién se fija en las palabras.

Los peseros son el ágora en movimiento, la plaza pública disminuida o acelerada por los semáforos. Eso creía yo hasta la semana pasada. Emprendí, por razones tan inconfesables como el miedo a los taxis, un viaje en pesero hacia Iztapalapa, casi tan poblado de sobresaltos como los viajes de orden suprema del siglo XIX.

Éramos al principio ocho seres indiferentes a todo, estoicos, pétreos. Pero como cada embotellamiento es el alfa y el omega de la especie, la frialdad se fue quebrantando.

Y una señora abrió el fuego comunicacional:. —No me gusta ir amontonada, pero desde niña he vivido así. Éramos once hermanos en tres cuartitos, más los papás y una tía, y teníamos un chiste predilecto: “Hoy nos toca dormir de pie como en camión.

” Creo que desde entonces no sé dormir sola. Por eso no me he casado. Me sentí un tanto incómodo: ¿A qué venía esa confiancita? Pero se me había olvidado la Ley del Transporte Colectivo: las revelaciones nunca vienen solas. Habló acto seguido un señor con aspecto de persona docilizada por el maltrato verbal de sus jefes.

—Eso de la familia numerosa es terrible. Se queda uno con la costumbre de sentirse siempre vigilado por alguien. El día de mi noche de bodas nos sentimos tan solos mi mujer y yo ella tiene doce hermanos que invitamos a unos amigos a que se estuvieran con nosotros hasta el amanecer.

¡Dioses de la intimidad! ¿Qué pasó con la discreción del mexicano? Ya nadie detenía el río de las confesiones:. —Tiene usted razón. Las familias nunca nos dejan. Mi hermano es de esos strippers que se desnudan para las señoras, y mi papá necio que tenía que verlo, porque no creía que lo hiciera bien.

Y por más que le explicábamos que era sólo para mujeres, él furioso porque no iba. No paró hasta que mi hermano nos hizo un show en un cumpleaños de mi mamá.

Mis hermanas y mis tías tuvieron que ponerle billetes en la tanga para que mi jefe viera cómo se podía ganar la vida. El joven con aspecto de repartidor de pizza look que consigue el aire de andar de prisa estando sentado se explayó de pronto:.

—¡Qué chistoso! Ahora que sacan ustedes lo de la familia, tengo dos tías fantásticas.

Triunfos Inesperados Cotidianos - Missing El resultado en votos electorales ya lo conocemos. Lo que muchos no dicen es que Hillary obtuvo 5 millones de votos menos que Obama en , una Cuando el deporte vuelva regresarán con él las historias cotidianas, los partidos, las jornadas y los triunfos esperados Pasear al perro, hacer la compra, de sobremesa el triunfo de lo cotidiano en las campañas de moda. El denominado "mundane marketing" cuenta

Gritos de felicidad Así me gusta. Como los quiero cabrones, ahí les va un beso pero no se la crean güeyes, a mí no me gusta el puré de murciélago Griterío. Bueno, un beso y aguántense la tocada porque nosotros bien que nos aguantamos su pinche aspecto. —Compañeros, la burguesía allí está tan campante y nosotros tan de a tiro, sin movilizar las fuerzas históricas que saquen a estos miserables del poder y le den entrada al campesinado, al proletariado, a las clases medias progresistas y a la vanguardia de las luchas populares.

¿En qué andamos, compas? En la marcha no oí un solo grito de apoyo al heroico pueblo de Vietnam, ni un saludo a las movilizaciones antiimperialistas en Angola. Ya sé que eso fue hace mucho, pero el tiempo histórico allí sigue.

¿Qué pasa? ¿Ya nos comieron la lengua las ratas del imperialismo? El pueblo tiene hambre y sed de justicia y nos toca responder a nosotros, los luchadores de siempre y desde antes.

¿O vamos a dejar que nos vean la cara y el trasero? Ni madres, compas. La lucha del pueblo está más presente que nunca, está en todas partes y viva la vanguardia, y ahí te vamos burguesía Y llégale , y llégale , y llégale , y llégale , y llégale , y llégale Sigue cinco minutos con las mismas dos palabras y el orador emocionado y ronco.

Se detiene un breve instante y continúa Y llégale , y llégale , y llégale , y llégale Lleva diez minutos en el rosario agitativo, y alguien del comité organizador le sugiere que concluya, el orador no hace caso y persiste en el Y llégale hasta que le arrebatan el micrófono.

Furioso, desciende y se pierde entre los restos de la marcha, mientras se escucha a cada segundo más apagadamente: Y llégale , y llégale Hay performances muy limitados en su alcance, no obstante el gran éxito inicial.

Por ejemplo: el aviso del surgimiento de imágenes de la Virgen de Guadalupe. El esquema suele ser reiterativo: alguien, por lo común una señora devota, localiza la presencia inesperada de la imagen bendita, se lo cuenta a los vecinos, le habla a la televisora local o a las grandotas, le avisa al cura más cercano del bienaventurado caso, acuden los reporteros y las cámaras, los vecinos toman partido decididamente, las autoridades religiosas piden tiempo para emitir un veredicto nunca se produce , y con gran unción algún sacerdote oficia allí mismo la misa de agradecimiento.

También un incrédulo publica un artículo sobre alucinaciones colectivas, y se refiere sarcásticamente a los creyentes afectados por la mercadotecnia, que definen el cielo como “la oferta de temporada eterna para los fieles”.

No, yo no fui el primero que la vio, por eso fui el primero que dio aviso, aunque el que la contempló antes que nadie a ella, la Morenita del Tepeyac, fue Ernesto, el vago que nunca falta aquí por la plaza. Yo me distraje observando una carroza fúnebre por la Avenida Hidalgo, donde eso casi nunca sucede, la lentitud desespera el tránsito, pero Ernesto, que ese día no tenía qué hacer, pues cuándo, se iba a meter al Metro Hidalgo y que se fija en el piso porque es muy distraído, es de los de “yo pa’rriba no sé mirar”, y allí estaba la losa con la imagen de la Morena, resplandeciente aunque un tanto difícil de mirar, era ella sin duda.

En eso que llega Toñita, la que vende flores, y que suelta un grito y se pone a llorar, y nadie la calmaba, y lágrimas y lágrimas, y hubo quienes lloraban por solidaridad, y ella gritaba “¡Milagro, milagro!

”, y luego añadía: “Devuélveme a Pedro, Patroncita! ” y llegaba gente y se maravillaba ante la imagen, y empezaron a caer los reporteros, y la televisión y los camarógrafos, y las preguntas igualitas, que cómo ocurrió esto, y a poco es de veras la Virgen, no se parece a la de las fotos, ¿cuáles fotos?

”, y nadie supo responder, pero daba igual porque a todos nomás les importaba la Virgen, y que se presenta un cura a dar fe, más bien a echar una ojeada, y la gente no hizo caso de sus preguntas, y lo obligó a decir misa y en los alrededores del Metro Hidalgo no se podía dar un paso, y la gente rezaba y una señora gritó: “Es un mensaje del cielo”, porque en el Metro se pecaba, y las parejas no se esperaban a la recámara y otra señora le gritó que no dijera tonterías, que la Virgen no usaba sus apariciones como regaños, y otra señora que usa el Metro ya muy noche comentó: “Siquiera usaran condón”.

Y la regañadora replicó: “Pues tampoco la Virgen apadrina el vicio”, y Toñita, su opositora le contestó: “Dirá amadrina”, y Toñita dále que dále con la devolución de su Pedro, y los paseantes rezaban y el cura aconsejaba prudencia, y llegó otro sacerdote que recomendó más plegarias aunque distintas para no aburrir al Todopoderoso, y una persona que lo acompañaba vendía los rezos, y tuvieron que cerrar esa entrada al Metro, y Toñita despachaba flores como loca, y ya nunca supe si volvió Pedro, porque me dio flojera preguntar, y además me puse a ayudarla con la venta, y a ella también se le olvidó.

Se arman miniperegrinaciones, la gente se forma en el pasillo con paciencia admirable, nadie que pase por allí se atreve a comentar en voz alta lo pasado de moda de los milagros, ni su incapacidad de competir con los efectos especiales.

La noticia se eleva en los altares mediáticos, vienen de la provincia y de la nueva provincia las delegaciones de la Ciudad de México , a certificar el suceso, hay rezos, hay problemas de vialidad en el Metro Hidalgo Luego, el fervor amengua y a los dos meses una vecina en un centro habitacional descubre junto a su refrigerador, no una mancha de humedad, sino la mismísima imagen de la Morenita del Tepeyac, llama a los vecinos y a la televisión, se dinamiza el centro habitacional Y luego desciende el olvido, la imagen de la loza de cemento en el Metro es colocado respetuosamente en un nicho del pasillo, de la virgen del refrigerador no se vuelve a hablar y de pronto, en un pueblo de Hidalgo un vecino descubre en un árbol una imagen Una tarde triunfalista en una colonia restaurantera de la Ciudad de México.

Los restaurantes están que no cabe ni un alma ni un símil, y en una calle cercana a la zona donde los restaurantes se multiplican como si fueran panes y peces, se oyen voces fuertes, una mujer pide auxilio, la gente corre, algunos regresan precipitadamente a sus mesas y se vuelven a ir con sus amigos, los meseros quieren controlar el éxodo y acuden a toda su disciplina corporal para mantenerse en sus sitios, desesperados.

En el balcón del tercer piso del edificio, un hombre de unos 40 años anuncia su decisión: va a renunciar a la existencia, y antes de hacerlo explica el motivo: lo corren del edificio, no tiene adónde ir, la expulsión es una canallada.

Además, con su acto se propone hacer una contribución mundial, lo va a dedicar, alega, “como si fuera una obra de arte, que es lo que va a ser. Durante siglos, la humanidad ha desaprovechado la oportunidad extraordinaria de convertir los suicidios en obras únicas, y al quitarle el sentido estético a estos finales por voluntad propia, se les condena a ser meramente circunstanciales, mi suicidio será el primero que se dedique como una pieza de colección.

Desde abajo, la multitud se enardece. ¡Ya bájate, pendejo! ¡No nos quites el tiempo! ” El casi agonizante se ofende: “Váyanse al carajo. Yo no les pedí que vinieran.

Lárguense a ver cómo se asfixia su madre con el gas”. Más gritos. Insiste: “Imagínense, si los suicidios pudiesen llevar dedicatoria, los que se van de este mundo tendrían que esforzarse y ser más imaginativos. Nada de pastillas ni un balazo en el corazón.

—Es que el casero ya le pidió el departamento porque hace un año que no paga, y hoy llegó con un actuario, la policía y unos cargadores.

Le querían sacar los muebles a la calle. Los vio llegar, y se encerró y luego salió con su numerito. Lleva ya como media hora en el balcón. Se presentan los bomberos.

Hay reporteros, una legión de fotógrafos, camarógrafos de Televisa y Televisión Azteca. Desde un balcón cercano lo entrevista un reportero de radio:. —Porque me da la gana, que es un derecho ciudadano, carajo, y porque alguien debe enfrentarse a estos parásitos capitalistas y echarles en cara la explotación a que nos sujetan.

Estas rentas son un robo. Y el rumbo no es nada seguro. —Está bien, señor, ¿pero por qué mejor no organiza un movimiento contra la especulación urbana? —Porque no nací para líder y me conformo con ser mártir Guarda silencio un momento y grita : Pueblo de México, le pensaba dedicar mi suicidio al casero para mancharle de sangre su Navidad, pero mejor te lo dedico a ti, que dejas que te exploten los buitres y los escorpiones.

Responde con dolor a mi dedicatoria. —Si es sagrada a mí me vale madre. Es mi único patrimonio y lo voy a usar creativamente, como una obra de arte, repito. Entra un momento y pone un disco de María Callas.

La riña por la dedicatoria prosigue, algunos se fastidian y se van. Los camarógrafos se divierten. Nadie toma en serio el suicidio. De pronto un gran silencio. El hombre parece decidido.

La burla se transforma en espanto Cinco minutos más tarde, se abre la puerta del edificio y el suicida fallido aparece custodiado por la policía. Esa noche no se contempla su imagen en los noticieros no es noticia , al día siguiente ni una nota en los periódicos, ya basta de localismos.

—No mi señor, con todo respeto le quiero decir que soy hombre honesto con tres hijos, ya dos de ellos con posgrado. En este oficio llevo diez años, y me da pena reconocer que a últimas fechas se ha desprestigiado un poco, por estos compañeros que no se fijan en el buen nombre de México en el extranjero, y por eso cometen fechorías.

Por decir algo le dicen al japonesito al que le dan servicio “¿Sabes qué? Cáete con lo que traigas. Pero ahorita”, y el japonesito no entiende español y les reclama, y allí queda un japonesito menos, y que sufra el buen nombre de México.

Le cuento mi idea. Estos señores del gobierno no saben castigar a los culpables, los dejan ir y ya se sabe que un culpable no vuelve nunca dos veces al lugar donde lo detuvieron. Pero no era eso de lo que quería hablarle. Vea usted el caso de unos tipos que asaltan un microbús, por decir algo.

¿A cuántos pasajeros les quitan sus relojes, sus anillos de matrimonio, sus carteras, sus chamarras? Y si alguno resiste, pues el típico balazo o el navajazo.

Y los arrestan, y salen las comisiones de derechos humanos a defenderlos. No se vale. Mi plan es sencillo. Detienen a los asaltantes. Si han sido veinte los pasajeros del microbús, que les toque a un año de cárcel por cada uno. Esto lo propongo porque ahora lo usual es que desvalijen a multitudes, el robo a una sola persona como que está pasando de moda.

Okey, pues pongan ustedes que le tocan a los ladrones veinte años de cárcel. La sociedad les perdona la mitad, sus buenos diez años, con una condición: que donen un órgano, el que sea, una córnea, un riñón, el hígado, que le hacen falta a tantas personas que son honradas, que se esfuerzan, que trabajan, que luego vienen éstos a quitarles todo.

Así me gustaría: entregan un órgano y se les rebaja la mitad de la condena. Les sale barato. Algunos merecen que se les quiten dos o tres órganos de golpe, como ese Mochaorejas y su grupo que secuestraban y mutilaban a los pobres secuestrados.

¡Pinches malvados! Pero fíjese, a varios pasajeros cuando les digo que el Mochaorejas debería pagar con varios órganos, me contestaban alarmados: “¿Quién va a querer ponerse una córnea o un riñón de ese criminal? A lo mejor el transplante convierte al enfermo en un hampón”. No sé, habría que estudiar esos casos con cuidado, pero a la mayoría sí: “Hiciste eso, ahora pagas con un órgano”.

¿Qué le parece? Siempre se ha dicho, o si no se ha dicho siempre, es tiempo de darle intemporalidad a la afirmación, que los peseros son el espejo más cierto de la vida.

Allí la gente integra sus silencios, su buen y mal humor, sus cuitas, sus sistemas informativos… En los peseros, sobre todo los de trayectos largos, la comunidad instantánea se expresa tan libremente como puede, al cabo que el anonimato resguarda, al cabo que no hay grabadoras, al cabo que quién se fija en las palabras.

Los peseros son el ágora en movimiento, la plaza pública disminuida o acelerada por los semáforos. Eso creía yo hasta la semana pasada. Emprendí, por razones tan inconfesables como el miedo a los taxis, un viaje en pesero hacia Iztapalapa, casi tan poblado de sobresaltos como los viajes de orden suprema del siglo XIX.

Éramos al principio ocho seres indiferentes a todo, estoicos, pétreos. Pero como cada embotellamiento es el alfa y el omega de la especie, la frialdad se fue quebrantando.

Y una señora abrió el fuego comunicacional:. —No me gusta ir amontonada, pero desde niña he vivido así. Éramos once hermanos en tres cuartitos, más los papás y una tía, y teníamos un chiste predilecto: “Hoy nos toca dormir de pie como en camión.

” Creo que desde entonces no sé dormir sola. Por eso no me he casado. Me sentí un tanto incómodo: ¿A qué venía esa confiancita?

Pero se me había olvidado la Ley del Transporte Colectivo: las revelaciones nunca vienen solas. Habló acto seguido un señor con aspecto de persona docilizada por el maltrato verbal de sus jefes. —Eso de la familia numerosa es terrible. Se queda uno con la costumbre de sentirse siempre vigilado por alguien.

El día de mi noche de bodas nos sentimos tan solos mi mujer y yo ella tiene doce hermanos que invitamos a unos amigos a que se estuvieran con nosotros hasta el amanecer. ¡Dioses de la intimidad! ¿Qué pasó con la discreción del mexicano? Ya nadie detenía el río de las confesiones:. —Tiene usted razón.

Las familias nunca nos dejan. Mi hermano es de esos strippers que se desnudan para las señoras, y mi papá necio que tenía que verlo, porque no creía que lo hiciera bien. Y por más que le explicábamos que era sólo para mujeres, él furioso porque no iba. No paró hasta que mi hermano nos hizo un show en un cumpleaños de mi mamá.

Mis hermanas y mis tías tuvieron que ponerle billetes en la tanga para que mi jefe viera cómo se podía ganar la vida. El joven con aspecto de repartidor de pizza look que consigue el aire de andar de prisa estando sentado se explayó de pronto:.

Hillary Clinton sólo fue mencionada una vez. Al día siguiente un ramillete de actores, presentadores y famosos varios publican un video llamando a los estadounidenses a votar contra Trump. El video se hace viral y los responsables de la campaña de Hillary Clinton se frotan las manos.

La victoria está asegurada. Ese mismo día comencé a pensar justamente lo contrario: será Donald Trump el que gane las elecciones presidenciales.

La cuestión es que Trump comienza a sonar más fuerte que el de su rival. Está en todas las conversaciones, especialmente en las virtuales, y su popularidad -positiva o no- crece como la espuma espoleada por sus detractores.

Llegado el día de las elecciones la gente lo recordará. Sucederá como cuando uno va a un bar y quiere tomar algo pero no sabe qué, ¿qué es lo primero que se le viene a la mente?

Por el bando contrario, con la victoria asegurada, Hillary Clinton no tiene propuestas concretas y se dibuja a sí misma como una continuación del idolatrado Barack Obama.

Además, en los debates sale a la defensiva, a no perder, con lo cual permite que su rival destaque. El resultado en votos electorales ya lo conocemos. Lo que muchos no dicen es que Hillary obtuvo 5 millones de votos menos que Obama en , una caída de casi un 9 por ciento.

Trump igualó la cifra de Romney. Esa es una de la claves de esta elección. La realidad es que los acomodados votantes de centro no salieron a votar contra Donald Trump, sencillamente no salieron a votar. Mientras, el votante medio republicano sí salió a votar y a revolcar a las casas encuestadoras que aún están analizando qué sucedió para tan estrepitoso fracaso.

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